La construcción de las identidades es un proceso cultural, cuyas raíces trascienden el hecho biológico de nacer con vagina ó con pene. Un error frecuente en la comprensión de este fenómeno, es pensar que al nacer nuestros genitales determinarán nuestro comportamiento futuro, contrariamente a esto, los genitales no son por sí mismos, los que definen el carácter, personalidad, ni tampoco nuestra orientación sexual ó algún otro rasgo de la personalidad.
Ser hombre o ser mujer, no es algo determinado por lo biológico, sino más bien por lo socio-cultural. Somos educados para ser hombre ó ser mujeres, de acuerdo a los genitales con los que nacemos, sin embargo el complejo proceso que nos define, difiere del color con el nos visten al nacer.
Las instituciones como: familia, escuela, medios de comunicación, los amigos, etc., son determinantes en el proceso de aprendizaje de la identidad, ya que reproducen a través de mensajes claros o inclusive no implícitos, códigos de conducta esperada para cada sexo. Previo al nacimiento, con el conocimiento del sexo del bebé, los padres formulan una serie de expectativas desde lo físico hasta lo conductual, pero especialmente respecto al “deber ser” del futuro individuo.
El modelo de mujer implica sumisión, debilidad, dependencia, ternura, etc., el prototipo de hombre implica una serie de características asociadas a: la fortaleza y el dominio; control, poder, a la autosuficiencia, negación de lo emocional y afectivo, agresividad, etc.
Desde la teoría freudiana, la construcción de la masculinidad, es una renuncia a lo femenino y por supuesto todo lo que tenga que ver con esta (incluyendo la homosexualidad). La identificación del hijo varón con el padre, lo alejará de la influencia de la vida emocional y afectiva de la madre, para dar paso a su opuesto. Otra explicación de esa construcción es que los varones nos formamos, copiando a otros hombres y tomando lo que nos es útil o nos llena de estos.
La masculinidad, no es un hecho universal, varía según el lugar ó el momento de nacimiento. Por ejemplo, nacer hombre en una comunidad rural dista por mucho, de los significados que recibe un varón en la comunidad urbana, o en una familia judía, etc.
Los varones anhelan alcanzar la forma predominante de ser hombre, la llamada masculinidad hegemónica: hombre, blanco, heterosexual y con solvencia económica. La realidad nos hace sentir frustración y enojo, ante la imposibilidad de este logro, sin embargo existen otros matices de esta forma de masculinidad. Competimos desde la infancia, a través de los juegos y en la adolescencia en los deportes, sea por prestigio ó por conquista de las mujeres. La finalidad de vencer a los otros es confirmarnos como “verdaderos hombres” y auto-afirmarnos a través de la mirada de los otros varones.
Se espera de nosotros que en la vida adulta cumplamos la expectativa de formar un hogar y tener hijos, en no hacerlo podría provocar que nos etiqueten como impotentes, débiles ó cuestionen nuestra sexualidad, ó nuestra “hombría”, sinónimo de capacidad reproductiva lo cual amenaza nuestra integridad.
ESCUCHA ESTE TEMA EL LUNES 16 DE AGOSTO A LAS 20:00 HRS. POR RADIO CIUDADANA 660 AM
Ser hombre o ser mujer, no es algo determinado por lo biológico, sino más bien por lo socio-cultural. Somos educados para ser hombre ó ser mujeres, de acuerdo a los genitales con los que nacemos, sin embargo el complejo proceso que nos define, difiere del color con el nos visten al nacer.
Las instituciones como: familia, escuela, medios de comunicación, los amigos, etc., son determinantes en el proceso de aprendizaje de la identidad, ya que reproducen a través de mensajes claros o inclusive no implícitos, códigos de conducta esperada para cada sexo. Previo al nacimiento, con el conocimiento del sexo del bebé, los padres formulan una serie de expectativas desde lo físico hasta lo conductual, pero especialmente respecto al “deber ser” del futuro individuo.
El modelo de mujer implica sumisión, debilidad, dependencia, ternura, etc., el prototipo de hombre implica una serie de características asociadas a: la fortaleza y el dominio; control, poder, a la autosuficiencia, negación de lo emocional y afectivo, agresividad, etc.
Desde la teoría freudiana, la construcción de la masculinidad, es una renuncia a lo femenino y por supuesto todo lo que tenga que ver con esta (incluyendo la homosexualidad). La identificación del hijo varón con el padre, lo alejará de la influencia de la vida emocional y afectiva de la madre, para dar paso a su opuesto. Otra explicación de esa construcción es que los varones nos formamos, copiando a otros hombres y tomando lo que nos es útil o nos llena de estos.
La masculinidad, no es un hecho universal, varía según el lugar ó el momento de nacimiento. Por ejemplo, nacer hombre en una comunidad rural dista por mucho, de los significados que recibe un varón en la comunidad urbana, o en una familia judía, etc.
Los varones anhelan alcanzar la forma predominante de ser hombre, la llamada masculinidad hegemónica: hombre, blanco, heterosexual y con solvencia económica. La realidad nos hace sentir frustración y enojo, ante la imposibilidad de este logro, sin embargo existen otros matices de esta forma de masculinidad. Competimos desde la infancia, a través de los juegos y en la adolescencia en los deportes, sea por prestigio ó por conquista de las mujeres. La finalidad de vencer a los otros es confirmarnos como “verdaderos hombres” y auto-afirmarnos a través de la mirada de los otros varones.
Se espera de nosotros que en la vida adulta cumplamos la expectativa de formar un hogar y tener hijos, en no hacerlo podría provocar que nos etiqueten como impotentes, débiles ó cuestionen nuestra sexualidad, ó nuestra “hombría”, sinónimo de capacidad reproductiva lo cual amenaza nuestra integridad.
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